CAPÍTULO 1. SUEÑOS Y UN CHICO
Risas. Sólo oía eso. Era
desquiciante saber que no podía hacer nada más que soportarlas. Recogió la
bandeja y la comida que había quedado esparcida por el suelo y la tiró a la
basura, dejando la bandeja en su puesto junto con las demás y se fue deprisa,
no quería que la vieran llorar por lo que le habían hecho, ella no era débil y
no quería que nadie lo pensase, por eso se había ido con la frente en alto a
pesar de que su camiseta estaba manchada de salsa y su pelo goteaba el batido
de fresa que preparaban una vez al mes en el comedor.
Ya había llegado a su
habitación y se había tumbado en la cama tapándose con las mantas, quedándose
oculta y hecha un ovillo sobre el cálido pero viejo colchón. Las lágrimas no
tardaron en resbalar por sus mejillas, hacía mucho tiempo que no lloraba, pero
ya no podía más. Hoy, con la escena del comedor, había llegado a su tope. Hacía
meses, en realidad años, que aguantaba todo eso y ya no lo soportaba más,
estaba cansada de todo. La culpa no era suya, ella no había escogido que sus padres
murieran y tuviera que quedarse en ese orfanato, tampoco había querido ser
rarita y que a veces pasasen cosas raras a su alrededor. Se intentó calmar, y
para distraerse un poco, cogió un libro de su mesita de noche, lo único bueno
que tenía Saint Barts era su biblioteca, era enorme y muy variada, con dos
plantas y estanterías que llegaban hasta el techo. Por eso, siempre tenía dos o
tres libros en su habitación. Le encantaba leer, pero sobretodo libros de
fantasía y paranormales, le gustaba sentirse identificada con los personajes y
viajar al tiempo y al lugar que la historia contaba.
Estuvo leyendo toda la tarde
hasta que le escocieron los ojos, además ya era la hora de la cena, si por ella
fuera se la habría saltado, pero como al final no había comido nada desde el
desayuno, tenía hambre, así que se levantó, cerró el libro y salió cerrando la
puerta detrás de ella.
Cuando llegó al comedor, que ya
estaba medio lleno, todo el mundo calló y la miró fijamente por unos cuantos
segundos, antes de volver a prestar atención a sus amigos. Ella ya sabía que
pasaría algo como aquello, así que solo cogió una bandeja y fue hasta la
cocinera. Ésta le puso algo asqueroso e inidentificable en el plato y ella,
acostumbrada como estaba a eso, se fue a su mesa de siempre, en el rincón más
lejano de todos, donde nadie se acercaba nunca. Aunque, a veces, algún chico
nuevo, la había mirado y preguntado por ella a sus amigos, al encontrarla bella
con su cabello largo, negro y ondulado; su tez pálida como la nieve; labios gruesos
y rojos como la sangre que contrastaba con su piel y unos ojos muy extraños,
pero bonitos, de color lila, coronados por pestañas negras, largas y espesas;
con una estatura normal, de 1, 65 metros más o menos, esbelta y con buen
cuerpo.
Cuando acabó de comer, se fue
hacia su habitación, se lavó los dientes, se puso su pijama, que consistía sólo
en una camiseta muy grande y unos bóxer, y se tumbó en su cama quedándose
dormida al instante.
Estaba en un campo muy bonito, lleno de flores, con una
agradable y cálida brisa soplando. Parecía ser que era primavera, pero era muy
extraño porque ella recordaba que estaban en otoño y empezaba a hacer un poco
de frío.
Como no sabía qué hacer, se puso a caminar, en ninguna
dirección en concreto y, de golpe, se encontró con un banco donde había un
chico, más o menos de su edad, sentado leyendo un libro. Tenía el pelo de color
miel y era muy guapo, parecí ser bastante alto, pero no podía precisar al estar
él sentado.
Se acercó a él y le preguntó:
—
¿Dónde estamos? ¿Cómo te llamas?
—
Estamos en tu sueño, Claire— contestó el chico sin
levantar la mirada del libro —y yo me llamo Álex
—
¿Que estamos en mi sueño? Y ¿Cómo sabes mi nombre?—
preguntó Claire desconcertada
—
Exacto, en tu sueño y yo sé muchas más cosas de las que tú
crees, Claire— contestó Alex levantando al fin la mirada y cerrando el libro.
Cuando sus ojos se encontraron, hubo una explosión en el
interior de Claire. Nunca había visto unos ojos así, tan azules, tan profundos…
eran de color cian, tan raros como los suyos propios. Entonces Claire dijo:
—
Pero…
Abrió los ojos de golpe y se
encontró a sí misma estirada en la cama. Había sido un sueño muy extraño,
normalmente ella nunca se acordaba de los que soñaba y si lo hacía eran vagos
recuerdos, pero este sueño había sido diferente, lo sentía como si hubiese sido
real y lo recordaba todo perfectamente, sensaciones, olores… Miró la hora en el
reloj de su mesilla de noche: 7:35. Sabía que no podría volver a dormirse, no
después de ese sueño, así que se levantó y fue a ducharse para despejarse un
poco. Cuando acabó, se sentó en su cama y leyó un rato, hasta que se hizo la
hora de desayunar.
Ese día fue como todos los
demás, después de haber comido, se había ido a un aula donde los chicos más
mayores estudiaban con unos pocos libros y mapas que tenían, aunque Claire
había aprendido la mayoría de cosas gracias a los libros que siempre leía.
Cuando llegó la noche y se puso a dormir, otra vez soñó con el mismo campo y el
mismo muchacho de la última vez. Esa noche conversaron un poco, bueno, Claire
conversó, porque Álex sólo se dedicaba a hacerle preguntas y ella le respondía
y cuando preguntaba alguna cosa Álex siempre respondía con evasivas.
Las noches siguientes fueron
parecidas, siempre estaban en el mismo campo, con ese banco solitario en medio,
conversaron bastante, poro la última noche Álex le dijo algo que la dejó
pensativa todo el día siguiente: “Nos
veremos muy pronto, Claire”.
Ese día estuvo pensando que
podría decir esa frase, porque Claire pensaba que Álex era producto de su
fantasiosa mente y ya se veían cada noche en sus sueños, así que la única
posible alternativa era pensar que se verían fuera de los sueños, pero ese era
un pensamiento demasiado loco ¿quién sueña y habla con alguien para después
encontrártelo en la vida real?, ¿sueños premonitorios?, ¿pero no se supone que
en esos sueños tú ves lo que pasará en vez de tener una amena charla con
alguien? En fin, que Claire estaba hecha un lío y ya pensaba que en vez de ir a
un orfanato la habrían tenido que llevar a un manicomio. Esa noche, no soñó con
nada de nada, y si lo hizo no se acordó.
La mañana siguiente, fue a
desayunar como todos los días a su lejana mesa y cuando se disponía a
levantarse para irse, apareció la directora del colegio, una señora viejecita,
baja y rechoncha, con cara de malas pulgas y la amabilidad de un ogro, que dio
un anuncio:
—
Hola a todos,
quiero anunciar, que hoy ha llegado un chico nuevo en el orfanato de Saint
Barts. Espero que lo tratéis con el respeto que merece. Den un aplauso a Álex
Martners. Por favor, pasa Álex.
Por la puerta apareció un chico
más o menos de la edad de Claire, que medía al menos 1, 90 metros. Desde el
principio todas las mujeres se le quedaron viendo, pero a Claire le resultaba
muy familiar. Cuando el chico la miró, ella notó una explosión en su interior.
¿Qué hace allí? Fue lo primero que pasó por la cabeza de Claire. Sólo entonces
se dio cuenta que había pasado un rato desde que Álex había llegado y ella se
había quedado mirándolo fijamente, con la boca parcialmente abierta y se dio
cuenta también de que él se había acercado hacia ella y le dijo:
—
Nos volvemos a ver,
Claire.
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